La excursión parte del atractivo pueblo de Guatiza, disperso núcleo de casas blancas rodeado de volcanes y cuya mayor concentración de viviendas se sitúa en torno a la iglesia del Cristo de las Aguas, creada en 1896. En el pasado, el poblado se habilitó en la ladera de una de sus montañas, pero se acabó optando por bajar al llano, ya que esa ubicación llamaba más a los piratas. Las infinitas muestras de higos de tuna, pico o chumberas, según se les conoce localmente, anticipan el principal atractivo turístico de Guatiza: el Jardín del Cactus. Tantas chumberas se debe al parásito, llamado cochinilla, que copa esta planta y que, en el pasado, servía para colorear la ropa u otros objetos, una de las principales actividades económicas insulares durante mucho tiempo
Casi sin pérdida, pues se sitúa justo al final de Guatiza y al lado de la carretera general que va hacia el norte de la isla, aparece el Jardín del Cactus. Una verdadera ciudad de estas preciadas plantas, última obra (1991) del artista universal César Manrique, cuya mano ya se nota con el cactus de 8 metros de altura que creó y que se colocó en la pequeña rotonda junto a la entrada para que fuera fácilmente divisable desde la vía. Dentro de unas cuidadas instalaciones en forma de teatro, cuyo muro perimetral obliga claramente a comprar la entrada al resultar casi imposible apreciar nada desde fuera, se puede comprobar la gran variedad de una especie con múltiples formas, de verde predominante y muy diversas espinas. Su distribución en varios jardines centrales y en terrazas laterales facilita el disfrute de hasta 10.000 cactus de un total de 1.450 especies de América, Madagascar y las Islas Canarias.
Manrique aprovechó una antigua cantera de extracción de ceniza volcánica que los campesinos usan para proteger sus cultivos de la humedad nocturna en un auténtico homenaje a los cactus. El jardín lo propició la contribución clave del botánico Estanislao González y se ha convertido en este tiempo en uno de los símbolos y de los lugares más visitados de la isla. Además, el recinto se completa en lo alto con un molino restaurado en el que se puede conocer el proceso para elaborar el gofio, harina de cereales que ya preparaban los aborígenes guanches.
La carretera lleva después, en muy poco tiempo, junto a la localidad de Mala. La recta se prolonga luego hasta El Cortijo y Arrieta, donde se recomienda parar si aún no se ha desayunado o si apetece algún baño en una costa, eso sí, marcadamente volcánica y de sol habitual. No obstante, mejores zonas para un remojón se encontrarán a pocos minutos en Punta de Mujeres. Esta localidad costera resulta ideal para degustar algún pescado y oferta numerosos zonas para bañarse, aunque destacan dos protegidas del mar, con escaleras y áreas para coger sol.
Se trata casi de un pequeño parque acuático natural que merece una visita de cierto para conocer los numerosos charcos, entrantes de mar y pequeños cabos existentes. Además, la oferta se complementa con un típico bar de pueblo anexo a una de las piscinas más concurridas. Este pueblo es muy visitado por residentes, aunque cada vez atrae más a los turistas.
En apenas unos minutos, la ruta lleva a uno de los lugares más espectaculares de Lanzarote: los Jameos del Agua, un tubo volcánico convertido en auditorio, restaurante y en un lujo telúrico y visual. No obstante, antes de llegar aquí, con fácil aparcamiento en el exterior, se pasa por la casa de los volcanes, una instalación de dos plantas dependiente de la principal administración pública de la isla (el Cabildo) y que difunde todo lo relativo a la actividad e historia volcánica lanzaroteña, canaria y de otras zonas. Aparte de su labor divulgativa e investigadora, también organiza exposiciones, conferencias y talleres educativos. Una buena parada si se quiere conocer más las entrañas de la tierra.
Los Jameos del Agua se abrieron en 1969 y llevan todo este tiempo enamorando a sus visitantes. Este centro de arte, cultura y turismo representan una de las más bellas creaciones de César Manrique, para lo que aprovechó los tres jameos o aberturas de distinto tamaño que presentaba este impresionante tubo del volcán de La Corona en su parte más cercana al mar. En una simbiosis perfecta entre naturaleza y creación artística, el recinto resulta inmejorable para almorzar, admirar las formas de la lava y serenarse en la laguna interior formada por filtración, al situarse por debajo del nivel del mar. Un pequeño y placentero lago de aguas cristalinas que esconde uno de los tesoros geológicos insulares: el cangrejo ciego, endemismo albino de apenas un centímetro. El museo, el auditorio y el restaurante completan una oferta de obligada y prolongada parada. Una oferta que, además, se puede enriquecer si se sube unos metros hasta la llamada Cueva de Los Verdes, otra parte del tubo volcánico (de siete kilómetros y que acaba en el conocido como Túnel de la Atlántida) que obliga a sacar la cámara y deja clara la capacidad creativa y de asombro de la naturaleza.
volcánico, salpicado por algunas calas y entrantes de mar. Si las ganas de bañarse son irreprimibles, conviene parar en caletas como la Las Aulagas o la del Guincho, aunque donde resulta tremendamente placentero es un poco más arriba, con el pueblo pesquero de Órzola a la vista. La playa del Caletón Blanco es un regalo de sensaciones con zonas protegidas del mar abierto perfectas para bañarse con toda la familia, así como otras más abiertas. La arena casi banca que le da nombre, los charcos o playitas anexas, el sol casi permanente y el Atlántico son demasiados atributos como para que, de nuevo, la parada del coche no se prolongue bastante.
A pocos metros, el pueblo de Órzola es uno de los más visitados del norte de Lanzarote por servir de enlace con la pequeña isla de La Graciosa y el resto de islotes del llamado Archipiélago Chinijo. De su pequeño puerto parten a diario barcos que llevan a La Graciosa, lo que aviva la actividad económica de esta localidad. De hecho, hay un amplio y variado número de restaurantes, si bien la especialidad por antonomasia de casi todos son los pescados y mariscos. Otro sitio perfecto para almorzar y seguir con una ruta más que apetitosa.
Además, Órzola cuenta a la izquierda y en muy pocos minutos con una playa naturista y referente para los surferos que también conviene visitar si aún hay ganas de baño, aunque conviene atender al oleaje. Se trata de la playa de La Cantería, de fina arena dorada y con unas espectaculares vistas de La Graciosa.
La excursión subirá ahora hacia el risco de Famara. Tras pasar por la localidad de Ye, en la que destaca su ermita con el monte Corona al fondo. Aunque no está en la ruta inicial, se puede tomar una corta vía para visitar el mirador del Río, que ofrece inmejorables vistas del archipiélago Chinijo y de esta parte del mar entre Lanzarote y La Graciosa que simula un río (de ahí su nombre) por carecer casi de oleaje todo el año y cuya fauna se encuentra protegida.
En dirección al casco de Haría, la carretera también permite diversas paradas para contemplar la famosa playa de Famara, otro lujo visual. Se pasa luego por la localidad de Guinate y Máguez hasta alcanzar la zona céntrica de Haría. Esta parte de la isla, por sus microclimas, es la más verde, destacando los palmerales, los cactus y tuneras. El casco
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